Partí del Egipto sin aguas rojas
buscando el pan del Edén.
Los caminos del Biagué
y el aché de las ánimas
me abrieron paso entre el sargazo.
El hambre de un tulipán plástico
amargó todas las copas.
Pero no existen praderas
sin relámpagos y costillas rotas.
El credo de nuevos pájaros
supone siempre un sorbo de hiel.
El tallo germinó perenne
en el tronco herido,
mas esta lluvia sin tormenta
condenó todos los pasos a la hoguera.
Así me hallaste
una noche sin color.
Llegaste con tu jaula abierta
llena de peces y lunas,
radiante como una selva
o un Bach en sol mayor.
Tú, como el amor y el clavel
me enseñaste del viento y la palabra
y del azul que siempre es azul.
Me recordaste que sobre
las nubes pestilentes de Lille
sigue brillando un imponente sol.